Los emojis y la comunicación

Lic. Nicole Harf

Desde el año 2003 que existe el MSN. Un tiempo después, los pacientes comenzaron a hablar en el consultorio de las “conversaciones” con otros a través de esa red. Más tarde, se popularizó Facebook  y me vi forzada a entender el funcionamiento de esta plataforma; lo que a la gente le ocurría se daba en el Facebook : así, por ejemplo, tener pocos amigos y que sea visible en la web le confería un peso diferencial a las dificultades sociales con las que yo antes solía trabajar. Aparecieron los conflictos asociados a la cantidad de “me gusta” o el manejo de los bloqueos. De esta manera, por ejemplo, las personas que se separaban dirimían qué hacer con la amistad en el FB o si alterar la “situación sentimental” de la biografía.

Recuerdo mi confusión al respecto y mi duda acerca de si este nuevo tipo de vínculo iba a ser sólo una moda pasajera. Un tiempo después me encontré fantaseando con asistir a un curso titulado “Psicoterapia aplicada al Facebook”. Dado que no encontré un curso similar, tuve que comprender, no sin la ayuda de muchos de mis pacientes jóvenes (¡doblemente pacientes!), el funcionamiento de esta plataforma y por qué era tan importante tener muchos “me gusta” o cuáles eran las consecuencias, reales e imaginarias, de verse bloqueados. Luego surgieron el Whatsapp y tantas otras redes sociales y plataformas digitales.

Si tuviera que elegir en mi consultorio cuál es el conflicto actual más frecuente en la comunicación tendría que referirme a la lectura de textos virtuales en cualquier plataforma. La gente lee y decodifica textos según como piensa… ¡el receptor!. Frecuentemente trabajo literalmente con los mensajes del celular en diferentes escenarios virtuales (chats de búsqueda de pareja, grupos de WA, entre otros) porque que cuando uno interpreta un mensaje con un sentido, la probabilidad de cambiar el sentido depende de la flexibilidad que uno tenga. Y cuando las comunicaciones poseen alta carga emocional, la interpretación del mensaje es más acorde a lo que uno piensa y la flexibilidad suele disminuir.

Un factor que altera enormemente el mensaje virtual es la presencia de los emoticonos, actualmente denominados emojis. En un artículo interesantísimo Martínez y Rubio(*) hacen referencia al inventor de los emoticonos, S. Fahlman, quien en 1982 utilizó una combinación de signos de puntuación que representan caras (:-)) para evitar la confusión en un texto escrito con humor.  Hace unos días estudiaba la neurociencia de la percepción del rostro y el reconocimiento facial y me maravillaba la existencia de áreas especializadas del cerebro para leer rostros y expresiones faciales que son el basamento biológico del desarrollo de nuestras habilidades sociales. Sorprendentemente, el reconocimiento facial es flexible en los inicios y se especializa en el reconocimiento de los rostros con los que el bebé se relaciona. Es más, cuando el rostro tiene nombre (aún reconociendo monos), los bebés prestan atención a detalles más que a generalidades.  Más aún, el cerebro es muy eficaz a la hora de detectar la sonrisa y detecta la sonrisa verdadera más rápidamente que la sonrisa social o de cortesía. La sonrisa produce la liberación de serotonina y endorfinas, sustancias del cuerpo vinculadas a la felicidad y activadoras de zonas de recompensa en el cerebro. Asimismo, la sonrisa es contagiosa, genera cohesión grupal y calma la ansiedad y el estrés.

Volviendo a los emojis, éstos parecen transmitir e identificar emociones sin el uso de palabras, esto es, parecen ser metamensajes emocionales. Encuadran el mensaje dentro del sentido que el emisor quiere dar en un nivel superior, reduciendo el posible equívoco por la falta de gestualidad, tono, mirada, entre otras que presenta la comunicación digital. Muchas veces, especialmente utilizando ironía y chiste, la presencia del emoji cambia por completo el sentido del mensaje. Sorprendentemente nuestro cerebro reacciona frente a un emoji activando redes cerebrales vinculadas a la emoción y no al reconocimiento de rostros. También me resultó increíble que el emoji sonriente virtual activara el cerebro de un modo similar a la observación  de un rostro real sonriendo.

Si en algún momento mi duda asociaba estos canales de comunicación a una moda, ya me queda clarísimo que pareciera ser que mi concepto de comunicación debe ajustarse a estos nuevos parámetros que conllevan aspectos extremadamente positivos (y casi inanticipables) y otros negativos pero que son reales. La gran apuesta, según mi criterio, es fomentar, por el canal que uno elija, los vínculos humanos de cooperación y solidaridad.

(*)Rosa Martínez y David Rubio (2016) El impacto de los emoticonos en la actividad cerebral, Ciencia Cognitiva, 10:2, 53-55.

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