Estamos viviendo una realidad absolutamente insospechada casi una copia de los apocalipsis hollywoodenses. La rutina de todos se ha visto jaqueada, al menos imaginariamente. Ayer una paciente me decía que el hecho de saber que no puede viajar, la impactaba emocionalmente, la bajoneaba. Los colegios y trabajos intentan anticiparse a la eventualidad de tener que aislar a la población por razones preventivas. Este mero hecho genera en muchas personas una sensación de falta de anclaje, de vértigo. ¿Y si todo a lo que nos acostumbramos como rutina no pudiéramos llevarlo a cabo? Prevenir la diseminación del coronavirus supone cambiar conductas y hábitos muy arraigados en cada uno de nosotros.
Sin embargo, esta prevención y cambio de hábitos parecen “llevarse puestos” algunos aspectos relevantes para la salud mental.
Quisiera centrarme en los aspectos vinculados a la salud mental que precisamos para afrontar esta encrucijada particular.
El miedo es una emoción normal frente a la percepción de un peligro real o imaginario. El temor al contagio de coronavirus es un fenómeno real que se ve validado por:
- la dimensión mundial del fenómeno
- la viralización
- la incertidumbre
- el aumento de casos
El miedo hace que nuestro cerebro y nuestra mente estén alerta frente al temor al contagio y es el motor de los cambios cognitivos y conductuales que nos ayudan a tomar medidas preventivas. Asimismo,
las personas perciben los peligros en función de como piensan. De este modo, por ejemplo, hay sujetos que minimizan el temor atribuyéndole poder al destino o a Dios (y de allí su confianza) y otros, precisan mayor control para sentirse seguros (por ejemplo, la utilización de barbijos a pesar de haber sido una medida desaconsejada).
Ahora bien, ¿cómo saber si el miedo que uno siente es normal y esperable en este contexto? ¿Cómo hacer para que éste no se torne miedo excesivo, pánico o terror?
Imagen: Zwolle 1 Hundertwasser, F.